viernes, 11 de enero de 2013

Vienna


El final del viaje

Estamos en el aeropuerto y yo ya te digo que si vamos a ver el Prater, como un niño pequeño, sólo me falta ponerme de rodillas. Y tú, que ya sabes por dónde van mis tiros, me tarareas como si fueras una cítara y me llamas Anton Karas. Y te digo que no tengo cura pero que quiero irme al Prater. Y vamos. Y la vemos. Es por la mañana y hay cuántos, miles. Tú me dices que por la noche las luces y eso, y yo me quedo chafado porque hay miles. Esperamos a la noche y Viena me parece más un nombre de mujer y a cuántos hombres has olvidado. Y te digo que me llames por mi nombre, Joseph, Joseph Cotten. Y en la lista tengo más cosas, como aquel cementerio, aunque no creo que exista una Alida Valli que me evite como en ese camino, que tampoco creo que exista porque vete tú a saber si no era una localización, pero tú puedes hacerme de Alida Valli y de hecho te lo pido. Lo que nos cuesta un poco más es hacernos entender y que nos entiendan que dónde demonios está el camino de Alida Valli. Damos con ello. Porque preguntas como cuando tú te pones y haces como que sacas la pantorrilla estilo Claudette Colbert, y a mí se me queda la cara que se le queda a Clark Gable, you know, darling. Y damos con ello. Y nos pegamos toda la mañana del día siguiente tú viniendo desde allá y yo dejando la cámara (trípode) grabando. Y me pongo ahí con una bicicleta (dónde dar con un carromato) alquilada en aquella strasse donde está nuestro hostal, que no es la pensión de Joseph Cotten pero hacemos que es. Y entonces yo me pongo a encender un cigarrillo y tú vienes y me pasas y me ignoras y me evitas (y esto da para una de Chavela Vargas) y lo repetimos tantas veces que hasta me dices que intercambiemos los papeles y con tantas variantes que en mitad de una de ellas no me evitas sino que me miras antes y entonces sí que me evitas, y en otra te paras y me das un beso, o te tragas el humo de lo que estoy fumando, y en otra yo me paro y tú de repente te subes a la bici, y en otra te paras, me evitas primero y luego te paras delante de la cámara y parece un arte y ensayo de los gordos porque te quedas quieta mirando al espectador algo así como siete minutos. Es menos, pero la impresión del tempo cinematográfico diría que son siete. Y no sé cuántas veces más lo hacemos. Hasta que alguien dice basta.

Por la noche vemos el video. Cenamos una pizza vienesa. Tarareas como una cítara. Miro la lista. Y tacho: hacer por tiempos que somos Harry Lime.

No hay comentarios: