lunes, 29 de agosto de 2011

Por qué lo llaman jazz

Wynton Marsalis, B/W


Mi fuente de inspiración me pide. Yo le pido y ella me responde. Todas las semanas a prueba. Alguna vez temo decepcionarla. Pero ello me exige y ahora debo hablar del jazz de los años 80, que parece el título de una canción pop retro pero no, es un tema que tiene su miga, porque ya pasaron treinta años desde entonces y el tiempo no corre sino vuela y la perspectiva obliga ya a un repaso. Intentaré, lo intentaré.

Porque en ese jazz de los años 80 ya no estaba Louis y ya no estaba tampoco actuando en dos países a la vez. Ya no estaba Duke, ya no estaba Coltrane, ni mucho menos. Algunos de ellos verían acabar sus vidas fuera del jazz y por ende en el jazz. Quedaba Sonny Rollins y los demás peinaron canas pero por poco tiempo. Qué quedaba pues del jazz, del jazz que todos amamos y que llegaba a una década en la que poco o nada podía aportar. El jazz. En los años 80 hubo un huracán, como el que asola estos días la costa Este. Hasta allí se marchó un chico de Louisiana (Nueva Orleans, el futuro Katrina) para dejar boquiabiertos a Art Blakey, entre otros, uno de los supervivientes de los viejos y buenos tiempos. Marsalis Wynton dibujó la década, una década en la que que conoció a un conocido y mal actor como mandamás de la tierra del jazz y de las barras y estrellas. Guerra fría que no impedía que Dizzy y los suyos, otro de los supervivientes, llegaran hasta la Plaza Roja de Moscú y asentaran sus reales y su orquesta de la United Nations. Forma de unir naciones, el jazz. Desde Checoslovaquia (aún Checoslovaquia), Bulgaria y, oh, España salían y volvían a salir más amantes de la música prohibida, el jazz que quiere decir joder pero eso no se dice, caca. En países donde se prohibía el reír se inventaban nuevas formas de dar el salto. Y desde los últimos vestigios de la Guerra fría surgía algo hot. Y se decía qué grande ese jazz, la música que quiere decir joder y me gusta decir esa palabra si estoy detrás de un telón de acero. Jazz, jazz, jazz. Jazz.

Y Wynton arrasaba, y Dizzy ampliaba, y se dibujaban sonrisas mientras todo el mundo decía jazz, hasta que el muro de piedra cayó y lo que hizo la gente fue no callar y el jazz se aprestaba a seguir creciendo. Creciendo con la vista puesta en el Miles de los 60, o en la herencia de Lee Morgan. Y así los jóvenes nacidos en los años en que explotaban de júbilo los jazz de Miles y de Lee o de Trane se nutrían de la leche paterna de esos jazz. Y miraban más atrás aún y algunos miraban a toda la historia del jazz y algunos empezaron a decir jazz y no paraban. Y a algunos la palabra jazz les llenaba de tal modo que se puso de moda el swing, neo swing se llamó la criatura, y empezaron los revival y ya no era nada raro que un músico de teta sonara a dixieland. El respeto a los orígenes. Palabra respeto, años 80. Ay, hoy.

(Y Miles se reinventó y Chet se moría en Amsterdam).

Y en todas las partes del mundo sonó una palabra que sonaba a amor, pero que significaba otra cosa. Por qué lo llaman amor. Sonaban otras, AIDS said. Y el jazz empezó a tomar otro cuerpo y a pensar en que esas otras cosas no molaban, que sobraban, porque muchos de los grandes no llegaron por esa palabra que no tiene que ver ni con el jazz ni con el amor, aunque estuvo íntimamente ligada, que se lo digan a Charlie Parker, que, de no ser por ella, en los 80 hubiera sido un entrañable anfitrión de clubes de todo el mundo. No, la droga era otra, la droga era el jazz y el seguir diciendo jazz, porque no mata esa palabra que significa otra cosa, todo lo contrario, jazz. Qué decir si no, si no lo llamamos jazz. Sólo se me ocurre repetirlo. Jazz, jazz, jazz.

No hay comentarios: